Lo bueno y lo malo del sexo es que nunca es simple sexo, sino que es un verdadero mito. El Diccionario de la Real Academia dice que un mito es una “persona o cosa rodeada de extraordinaria estima”, y también una “persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen”. Y coincidirán conmigo en que ambas definiciones vienen pintiparadas para el sexo. De niños, de adolescentes, antes de catarlo, el sexo es algo legendario, un misterio mayúsculo rodeado de luces y de sombras. Y la cosa es que, después de probarlo, el sexo suele seguir siendo un territorio enigmático e impreciso.
Y es que, por lo general, la gente no habla del sexo. De su sexo. De lo que hace en la cama. O si habla, miente. Muchas de las tópicas francachelas de tipos machistas contando lo que han hecho con tal o cual chica son puras fantasías, como el pescador que relata la vez que atrapó un gran tiburón. La falta de veracidad y de transparencia hace que muchas personas sientan inseguridad con respecto a su actividad amatoria. Dudan de si lo hacen bien o lo hacen mal. Sobre todo en un mundo como el nuestro, en el que estamos bombardeados por imágenes de sexo virtual, desde la televisión hasta las revistas, desde el cine hasta la literatura. A falta de testimonios fiables verdaderos, medimos nuestra intimidad con ese sexo, con esas representaciones artificiales, y puede parecernos que lo nuestro no llega a ser tan… perfecto, tan exagerado, tan circense.
Este artículo se me ha ocurrido, precisamente, leyendo la última novela de Benjamin Black, el seudónimo con el que el escritor irlandés John Banville se dedica a publicar novelas negras. En este libro de Black, El otro nombre de Laura (Alfaguara), el protagonista dice que súbitamente recordó a Delia, su mujer fallecida, antes de que se casaran: “La vio alejarse de él, vestida sólo con unas sandalias de tacón alto y un collar de perlas, y volviéndose a mirarlo por encima del hombro con esa sonrisa gatuna que tenía, un mínimo trocito de lengua asomando entre los labios pintados de un rojo intenso”. Vaya, hombre, qué escena tan decorativamente erótica. ¿Pasa mucho en la vida real de la gente que las mujeres deambulen por la casa en pelotas, con sus sandalias (no podían ser zapatos cerrados) de taconazos, sus collares de perlas, su perfecto escorzo, sus labios ensangrentados de carmín? Qué quieres que te diga, Banville, Black, corazón, esta imagen tan falsa parece calcada de un antiguo calendario de Playboy con ínfulas de sexo elegante, más que de la densa y sudada realidad, de la carne y la tibieza y el olor envolvente.
Sí, desde luego: la sexualidad de mentira que vemos en los libros o las películas puede hacer mucho daño. Ya lo decía Elvira Lindo en su estupenda novela Una palabra tuya (Seix Barral), cuando la barrendera protagonista comenta que hacer el amor en un retrete es algo muy cutre “a no ser que seas como Mickey Rourke en Nueve semanas y media, capaz de echar un polvo de pie contra los azulejos, sujetando a una tía a pelo y encima moviendo las caderas, pero me temo que no es el caso, porque las personas que vivimos en la vida normal no estamos hechas para semejantes acrobacias y, desde luego, cuando un tío ha de sostener a una tía en volandas digo yo que es imposible que pueda concentrarse a nivel sexual, o estás a una cosa o estás a otra”. Tiene razón la genial y barriobajera protagonista de Lindo, con el agravante de que hay amantes, ellos y ellas, que se empeñan en hacer esas acrobacias y otras muchas que han visto por ahí. Y algunos, siendo jóvenes y teniendo buena forma física, tal vez consigan ejecutar esos números tan vistosos y difíciles, tal vez logren imitar las escenas de las películas, pero con el coste de convertir el sexo en algo mucho más relacionado con la gimnasia que con la magnesia, por así decirlo. En un acto muy esforzado y meritorio, pero poco sustancioso de verdad.
La verdad es que si lees literatura erótica y ves vídeos porno llegas a la conclusión de que toda esa supuesta e infinita variedad de juegos sexuales es en realidad siempre lo mismo, algo muy repetitivo, muy rutinario, pura gimnasia sueca. De manera que supongo que lo mejor es no dejarse deslumbrar por los otros. Por lo que ves, por lo que lees, por lo que oyes. El sexo, ese mito inefable, es una aventura personal, un viaje de descubrimiento particular. Sólo tú podrás encontrar tu propio camino hacia las fuentes del Nilo. Que, por cierto, no están en los genitales, sino en el interior de nuestras cabezas.
http://www.elpais.com/articulo/portada/buenoy/malo/sexo/elpepusoceps/20090503elpepspor_10/Tes
2 comentarios:
Hola compañero Librepensador, podrias decrme como pones el "Seguir Leyendo"?
Y cuando menos tienes, más lo mitificas
Publicar un comentario