Siempre que se critica una creencia religiosa, sus adeptos dicen ser víctimas de los “prejuicios”
Traducción por:
hiroko y Mario Pena
Poco a poco el derecho a criticar la religión se disuelve en la nada. En todo el mundo, los pequeños avances del secularismo -el que nos proporciona espacio para dudar, para preguntar, para componer nuestras propias ideas- se ven reducidos por demandas beligerantes de “respeto” para la religión. Acaba de registrarse un hito histórico que nos muestra hasta dónde nos han empujado. El Comisionado de la ONU supuesto guardián global de la libertad de expresión, ha visto redefinidas sus funciones… para ponerle del lado de los censores religiosos.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos estableció hace 60 años que “un mundo en el que los seres humanos disfruten de libertad de expresión y de creencias, es la más alta aspiración del pueblo”. Era una Carta Magna para la humanidad - y detestada por quienes violan los derechos humanos. Hoy, la dictadura china lo llama “occidental”, Robert Mugabe “colonialista”, y Dick Cheney “anticuada”. Los paises del mundo han sido cronicamente incapaces de ponerla en práctica - pero el documento se ha mantenido por las Naciones Unidas como el último estándar contra el cual medirnos a nosotros mismos. Hasta ahora.
Comenzando en 1999, una coalición de tiranos islamistas, liderados por Arabia Saudí, exigieron que las normas fueran reescritas. Decidieron que la demanda de que cualquiera fuera capaz de pensar y hablar libremente fallaba a la hora de “respetar” las “sensibilidades únicas” de los religiosos - por lo que establecieron una Declaración Islámica de los Derechos Humanos alternativa. Insistía en que únicamente puedes hablar dentro de “los límites de la [ley] shariah. No está permitido difundir o diseminar falsedades que conlleven la abominación o la traición a la comunidad islámica”.
En otras palabras, puedes decir lo que quieras, siempre que sea precisamente aquello que los reaccionarios mulás te cuentan que digas. Esta declaración deja claro que no existe igualdad para las mujeres, homosexuales, no musulmanes o apostatas. Ha sido respaldada por el Vaticano y un conjunto de fundamentalistas cristianos.
Increiblemente, están teniendo éxito. Al relator de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos le ha sido encomendado la labor de exponer y poner en evidencia aquellos que impiden la libertad de expresión; incluyendo lo religioso. Pero el delegado pakistaní demandó recientemente que en la descripción de su trabajo fuera cambiada de tal manera que pueda buscar y condenar “abusos de libertad de expresión” incluyendo “la difamación hacia las religiones y los profetas”. El consejo estuvo de acuerdo; así que el trabajo ha dado la vuelta. En lugar de condenar a ls personas que querían asesinar a Salman Rushdie, tendrán que condenar al mismo Salman Rushdie.
Ya no está permitido que cualquier cosa que pueda ser considerada “religiosa” sea sujeto de discusión en las Naciones Unidas; y prácticamente cualquier cosa puede considerarse religiosa. Roy Brown, de la Unión Internacional de Humanista y Ética trató de proponer temas como la lapidación de mujeres acusadas de adulterio, o el matrimonio infantil. El delegado egipcio se puso en pie para anunciar que la discusión de la shariah “no iba a producirse” y que “el Islam no sería crucificado en ese consejo”; y a Brown se le ordenó silencio. Por supuesto, las primeras víctimas de encerrar la libertad de expresión entorno al Islám, con el permiso de Naciones Unidas, son musulmanes ordinarios.
He aquí una serie de nociones aleatorias de la pasada semana en países que han demandado este cambio. En Nigeria, mujeres divorciadas son arrojadas de forma rutinaria de sus casas y privadas de todo, impedidas de ver a sus propios hijos, así que un gran grupo de ellas quisieron elevar una protesta; pero la policía de la Sharia declaró que era “anti islámico” y que los manifestantes serían golpeados y flagelados. En Arabia Saudí, el mayor alto rango del gobierno aprobó lo dicho por un clérido en el sentido de que era perfectamente aceptable que hombre mayores se casaran con niñas de 10 años, y que aquellos que no estuvieran de acuerdo fueran silenciados. En Egipto, el blogger musulman Abdel Rahman fue capturado, encarcelado y torturado por discutir sobre lograr un Islam reformado que no impusiera la shariah.
A la gente que demanda respeto por la cultura musulamana, le pregunto: ¿Qué cultura musulmana? ¿La de esas mujeres o sus hijos, la de los bloggers, o la de sus opresores?
Tal y como el defensor del secularismo establece: “El auténtico objetivo de estos esfuerzos no es del proteger los sentimientos de los musulmanes, sino el proteger estados Islámicos anti liberales de cargos por abusos contra los derechos humanos, y para silenciar las voces de aquellos disidentes internos que piden más gobierno secular y libertad.”
Aquellos de nosotros con con mayor pasión apoyamos a las Naciones Unidas deberíamos estár completamente escandalizados por todo esto.
Apoyando estas “reformas” se dan unas nociones que se filtran incluso en las sociedades democráticas, en el sentido de que el ateismo y la duda son semejantes al racismo. Hoy tan pronto como una creencia religiosa es criticada, sus adeptos dicen ser víctimas de los “prejuicios”, y su escándalo está siendo incrementalmente apoyado por leyes.
Todas las personas merecen respeto, pero no así todas las ideas. Yo no respeto la idea de que un hombre naciera de una virgen, anduviera sobre el agua y resucitara de entre los muertos. No respeto la idea de que deberíamos seguir a un “profeta” que a la edad de 53 mantuviera relaciones sexuales con una niña de nueve años, y ordenara el asesinato de pueblos enteros de judios porque no quisieron seguirle.
No respeto la idea de que el West Bank fuera dado a los judios por Dios y que los palestinos tengan que ser bombardeados o intimidados en sus márgenes. No respeto la idea de que hayamos vivido previamente como cabras, y que podríamos volver a vivir como cochinillas. Y esto no es debido a “prejuicios” o “ignorancia”, si no más bien porque no existe evidencia alguna que soporte estas reivindicaciones. Pertenecen más bien a la infancia de nuestra especie, y con el tiempo parecerán tan absurdas como creer en Zeuis, Thor o Baal.
Cuando demandas “respeto”, demandas que te mintamos. Tengo demasiado respeto real hacia ti como ser humano como para participar en esta charada.
Pero ¿porqué son las sensibilidades religiosas más propensas a provocar demandas de censura que, por ejemplo, las sensibilidades políticas? La respuesta reside en la propia naturaleza de la fe. Si mis opiniones son desafiadas puedo, al final, contrastarlas contra la realidad. Si se desregulan los mercados, ¿se colapasarán? Si incrementamos las emisiones de dióxido de carbono, ¿se desestabilizará el clima? Si mis opiniones están equivocadas, puedo corregirlas; si estoy en lo correcto, quedo reconfortado.
Pero cuando lo religioso es desafiado, no existe evidencia alguna que puedan consultar. Por definición, si tienes fe, estás eligiendo creer en ausencia de evidencia. Nadie tiene “fe” en que el fuego hiere, o que Australia existe; lo saben, basados en las pruebas. Sin embargo es psicológicamente doloroso ser confrontado con el hecho de que tus creencias centrales se basan en el fino aire, o en las vacías cáscaras de la revelación o en desfiguradas parodias de la razón. Es más fácil demandar que se silencie la fuente de la molesta duda.
Pero una sociedad libre no se puede estructurar para confortar al fiel duro. Se basa en un trato. Tienes todo el derecho de expresar tus creencias; pero el precio es que yo también tengo el derecho a responder tal y como desee. Ninguno de los dos podemos poner al margen las reglas y exigir ser protegidos de ofensas.
Ahora bien, esta idea, en el corazón de la Declaración Universal, se está perdiendo. Por un extremo golpea en la apología por la censura religiosa, por el otro se disuelve en el multiculturalismo. El secuestro del Relator Especial de la ONU por fanáticos religiosos debería impulsarnos a rescatar lo simple, la golpeada idea que se desintegra en el medio: lo igual, el indivisible derecho humano de hablar libremente.
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