Los apologistas de Pío XII lo absuelven de toda responsabilidad por su silencio ante el Holocausto alegando que fue un mal menor, por las represalias terribles que la denuncia habría provocado. Pero, ¿cabe imaginar un mal mayor que el exterminio que ya se estaba dando? Consecuencias peores podían darse, en todo caso, no para los judíos, sino para el Papa, tal vez con la ocupación militar del Vaticano. Pío XI había sido muy valiente al denunciar las leyes raciales fascistas de 1938. Pablo VI, para defender a Pío XII, saltándose los plazos habituales, mandó publicar la documentación vaticana de aquellos años (Actes et documents du Saint-Siège relatifs à la seconde guerra mondiale, Libereria Editrice Vaticana, 1965-1981), pero de los mismos documentos y de las notas del editor se desprende que importantes documentos fueron ocultados. Decía el P. Anselm Albareda, director de la Biblioteca de Montserrat y luego de la Vaticana, que cuando se recortan documentos siempre quedan filagarses (hilachas). La obra a mi entender más ponderada sobre esta cuestión es la del historiador Renato Moro, sobrino de Aldo Moro, La Iglesia y el exterminio de los judíos. Catolicismo, antisemitismo, nazismo (Desclée de Brouwer, Bilbao, 2004).
Creo que en el ánimo de Pío XII pesaron dos importantes razones. La primera es su conocida simpatía por Alemania, aunque ciertamente no por el nazismo. Las informaciones sobre el exterminio eran tan espantosas que al principio parecían increíbles. Cuando Pío XII recibió testimonios múltiples e irrefutables la guerra estaba ya inclinada francamente del lado de los aliados, y es probable que el Papa se resistiera a sumarse a la propaganda que éstos estaban haciendo contra el nazismo, como si temiera ser calificado de oportunista al sumarse al bando vencedor.-
La cada vez más inevitable derrota alemana motivaba aún otra razón del silencio del Papa. La política de Pío XII (la italiana y la internacional) estuvo siempre presidida por una obsesión anticomunista. Su gran proyecto, aunque no lo podía promover abiertamente, era evitar la derrota de Alemania para que pactara la paz con Gran Bretaña y se lanzaran ambas contra la Unión Soviética. No era fácil, pero una condena del nazismo lo hubiera hecho metafísicamente imposible.
Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat.
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